En esa isla por tradición no había pescadores todo eran pescadoras de alta mar, como no había princesas cerca, el príncipe debía casarse con una de las muchachas pescadoras, todas las madres reinas eran pescadoras de alta mar.
Cuando nació Ricardo, la tradición iba a cambiar, el delfín no se quería casar, porque tenía mucho miedo al mar, y no se acercaba a la orilla de la playa, sin asomarse a la mar, era imposible buscar una novia
Ricardo se asomaba a los acantilados más altos de la isla y gritaba a los cuatro vientos, diciendo a las pescadoras de alta mar, que dejaran de faenar, y fueran a tierra para conocerlas, pero ninguna iba visitarle, y ase reían de él, mientras pescaban y sus redes echaban al mar, comentando lo tonto que era el pobre príncipe.
Como ese tonto, podría ser rey algún día si no sabía ni remar, ni nadar y se mareaba solo de pensar en navegar.
Los reyes pensaban con Ricardo, la monarquía se había acabado, con ese delfín era el fin, además las pescadoras no querían sr princesas, y vivir en un castillo sin acercarse al mar a pescar, eso no lo soportaría ninguna.
Como iban a dejar de entrar cada noche con sus barcos a la mar para echar las redes y pescar, de eso ni hablar, y se reían a carcajadas.
Todas las pescadoras casaderas, bordaron en el pañuelo que se colocaban en la cabeza tipo pirata, la frase “ni hablar” y así se iban a faenar todas las noches, bajo la luna y las estrellas.
Aquella revolución alteró al rey que no daba con la solución, y le dijo a Ricardo, que saliera del castillo a buscar una joven casadera, y el príncipe se recorrió la isla de cabo a rabo, y gritando desde los acantilados a su futura reina, pero ninguna acudió, y desde el mar solo una respuesta recibió: ni hablar, ni hablar, ni hablar, y si no regresaban las pescadoras, su padre le quitaba su oxidada corona, y lo que más quería Ricardo en el mundo era su oxidada corona.
Las pescadoras se marcharon lejos y la isla se quedó sin ellas, perdiendo su sal y su alegría, y como el príncipe no consiguió esposa, ni aprendió a navegar, ni a nadar, se acabaron los reyes en la isla, y todos se marcharon a una ciudad.
Pasado el tiempo, la isla está desierta y salvaje, donde solo queda una corona oxidada, olvidada entre algas y arena en medio de unas rocas.
BukarteZ 2002
