Había una vez una ardilla llamada Lolilla, que vivía en un frondoso bosque lleno de altos árboles, pinos, abetos, robles, y todos los arboles que daban semillas que la alimentaran, como piñones o bellotas, su casa era un nido que estaba en un agujero en el tronco de un gran pino, cerca de un antiguo roble.
Ese frondoso bosque era conocido con el nombre de Parque le las Mil Especies, como nunca las he contado, no se si eso será una exageración.
En ese bosque Lolilla, vivía feliz y contenta, pues podía tener todas las nueces, piñones y bellotas que quisiera, además un riachuelo corría cerca de los grandes árboles.
Lolilla era conocida por todos sus amigos como la ardilla más alegre del bosque, y por despistadilla.
Tenía un carácter curioso y atrevido, pasaba horas explorando cada rincón para encontrar nueces y semillas deliciosas, para luego esconderlas enterrándolas en el suelo, para ir a buscarlas cuando tuviese hambre.
Sin embargo, también tenía una peculiaridad que le hacía única, pero con lo despistada que era, con la llegada de dada otoño se llenaba de emoción, y como había tantas semillas, que le gustaban se ponía a al recolectar para asegurarse comida durante el invierno, pero cuando llegaba el momento de enterrar sus tesoros, como era una despistada, y además para que otras ardillas no se las robaran, lo hacía a toda prosa, no fijándose donde las estaba escondiendo.
Era común verla correr por aquí y allá, escondiendo nueces detrás de troncos o bajo grandes piedras mientras, haciendo hoyos con sus manitas para enterrar sus delicias, mientras canturreaba sus canciones favoritas.
Como si esa actividad no fuera suficientemente complicada ya, justo después lamentablemente olvidaba dónde las había dejado enterradas, entre las prisas y las canciones, a saber luego donde estaban.
Un día soleado decidió iniciar su misión más ambiciosa hasta aquel momento, llenar toda su despensa antes anochecer con suficientes nueces para sobrevivir al frío invierno venidero, además de las que tenía enterradas y escondidas.
Se despertó temprano llena de energía; rápidamente comenzó a buscar entre los árboles y arbustos cercanos para recolectar impetuosamente todas las nueces, bellotas y piñones posibles.
Las horas pasaron volando entre risas y saltos felices mientras Lolilla iba acumulando alimento, cuando finalmente decidió que no tenía suficiente sitio para guardarlas en su nido, empezó a esconderlas, estaba tan emocionada que solo pensó en cavar agujeros.
Contenta alzaba sus pequeños brazos al cielo azul levantando su nuez, la tiraba como si fuera una pelota, para luego recogerla entre sus manos, luego la dejaba caer suavemente al suelo, y hacía con sus manitas un hoyo, y en esta pequeña hendidura hecha cuidadosamente debajo del sauce llorón junto al arroyo, escondió su nuez, aquí estará segura, y otra nuez estará segura debajo del gran roble cerca del prado.
Siguió trabajando todo el día y cuando tuvo hambre de tanto trabajar, se sentó en una rama caída, por la última tormenta de viento que estaba cerca del rio, se dispuso a preparar su mesa, que era una piedra estable, bien pegada al suelo, y otra más pequeñita para golpear la nuez y al partirla se la podía comer, también con sus grandes dientes mordía la piña, dándole vueltas para acabar con todas las semillas, y así hasta que se hartó de comer, después se acerco al arroyo de aguas cristalinas y sonoras mientras iba el agua saltando de roca en roca, y chapoteando alrededor, Lolilla se agachó para beber.
Cansada y contenta por no tener hambre ni sed, empezó a tener sueño, y se tumbó en la arena de la orilla del riachuelo, escuchando el susurro del agua, cando pasaba por las caídas ramas secas, pero como no era seguro dormir en ese lugar, cuando veía que sucumbí al sueño se fue a su nido, para dormir sin peligro, y allí cerrando ojos se quedó dormida como un tronco.
A la mañana siguiente tuvo hambre, y pensó que era Buena idea bajar de su árbol para ir a desayunar, y decidió ir a buscar su comida enterrada donde el día anterior había decidió esconderla.
Estuvo dando vueltas, y con sus manitas desenterrando donde pensaba que andaban sus nueces, pero nada, que no las encontraba, entonces, pensó que si la habían vigilado, por no tener cuidado y andar jugueteando con ellas como si fuera una pelota, seguro alguna otra ardilla, se las había quitado.
Entonces, decidió subirse a un árbol para intentar ver desde arriba mejor, y además se sentó en una rama de su árbol favorito para intentar recordar, donde podía haberlas metido, pero no había manera, no se acordaba de nada, pues menuda cabeza tenía doña despistada.
Así que decidió pedir ayuda a sus vecinos, y preguntando a la tortuga Tula, a la hurraca Paca, incluso le preguntó a un posible rival, al conejo Pascual, y Pipo le dijo que recordaba haberla visto hurgar cerca del arroyo y unas piedras, Tula que cerca del roble, le vio pasear, y con esas pistas, tampoco solucionó nada, seguía sin comida, después de tanto trabajo, menos mal que aún faltaba para la llegada del invierno, sino se moriría de hambre.
Después de muchas fatigas intentando recuperar sus nueces perdidas, apareció el Sabio Buho Don Otulio, que le llamó desde su árbol, pues era un búho muy observador, y desde esa altura y como podía girar su cuello entero, había oteado todo, y con su ayuda, consiguió saber donde las había dejado, y cuando llego el crudo invierno, todo estaba solucionado.
BukarteZ 2008
