Había una vez en un colorido barrio de Coyoacán, en México, una niña llamada Juanita, con el pelo rizado, muy largo y de color castaño. Solía llevar sus trenzas entrelazadas con cintas de colores y sujetas en lo alto de la cabeza con flores.
Sus ojos negros como el azabache, eran grandes, brillantes, curiosos, y reflejaban su energía y entusiasmo por el mundo que le rodeaba. Siempre llevaba los típicos vestidos bordados a mano por su abuela, con alegres motivos multicolores.
Juanita era muy creativa, soñadora y un poco traviesa; siempre lleva consigo un cuaderno para dibujar todo lo que veía, y con sus lápices, no dudaba en sentarse en cualquier parte para dar rienda suelta a su imaginación, o copiar cualquier cosa que le llamase la atención.
Tenía un noble y gran corazón, le gustaba compartir sus dibujos con sus amigas, y no dudaba en regalarlos, era amable con una personalidad alegre que contagiaba optimismo a todos los que la conocían, solo con su sonrisa iluminaba cualquier sitio al que entrara.
Desde pequeña, solía maravillar a todos con su imaginación desbordante y sus dibujos llenos de vida, un día, su maestra les habló sobre la famosa artista Frida Kahlo y el Museo que llevaba su nombre, ella sabía donde estaba, pues cuando pasaba por allí, le llamaba mucho la atención su fachada de color añil, con los marcos de color rojo y la puerta decorada con un gran corazón y unas palomas, pero nunca había entrado, aunque sentada en la acera de enfrente podía pasar horas mirando. Aquella casa tenía algo especial, que la atraía tanto que observaba cada detalle, se la sabía de memoria, y la dibujaba, una y otra vez, era como si la hipnotizara.
Cuando la maestra les contó, la vida y las historias de Frida, Juanita, se quedó intrigada y llena de curiosidad, por lo que decidió visitar el museo, donde Kahlo había nacido, crecido y muerto. Cuando entró su corazón parecía que se le iba a salir del pecho, de los saltos que daba, quedándose como pegada al suelo, ya desde la entrada no podía moverse de la emoción que sentía, todo estaba impregnado del alma de Frida.
Comparado con otros museos, este parecía cobrar vida, en cada rincón se sentía el espíritu vibrante de Kahlo; las paredes eran como lienzos llenos de colores vivos, sintiendo que se encontraba envuelta por un mundo mágico; allí estaban los retratos intensamente expresivos, autorretratos donde Frida mostraba su alma herida pero fuerte, la niña se pasó el día entero escudriñando, cada rincón de la casa, estudiando cada detalle mientras imaginaba lo que significaban las pinturas para la artista, y que ella era capaz de entender e interpretar.
De repente ante sus ojos, apareció un cuadro que particularmente llamó su atención; “Las dos Fridas". La niña, con una sensibilidad especial sintió cómo se podían representar los dolidos sentimientos y por otro lado la fuerza interior, sentada en una pequeña butaca que estaba frente del cuadro, se quedó admirando la pintura, y como la obra transmitía esa dualidad entre tristeza y sabiduría.
A medida que salía del museo bajo el brillante cielo azul mexicano, pensó que Frida no solo pintaba objetos o rostros; pintaba sentimientos, y así comenzó su viaje artístico lleno de magia e historias personales.
Mientras andaba por la calle camino a su casa, iba soñando despierta sobre ser una gran pintora algún día; quería contar historias con sus pinceles como lo hacía Frida con cada trazo.
Al día siguiente inspirada en lo que había visto y sentido, decidió entonces experimentar con ella misma, pensando en su musa plasmaría sus sentimiento y emociones en papel. Se compró un cuaderno nuevo lleno de páginas blancas esperando que fuese el guardián de sus secretos jamás revelados.
Poco a poco Juanita empezó a creer en sí misma, y tímidamente le enseñó sus primeros trabajos a su maestra, quien se quedó impresionada por los dibujos de la pequeña, sintiéndose orgullosa de haber podido colaborar en el despertar de una futura pintora, en una de sus clases.
Juanita, llena de energía y confianza en sí misma, por la ayuda y el ánimo que le había dado su maestra, para que los expusiera, al final se decidió a enseñar sus lienzos a otras personas, hasta llegar al punto de exponer sus trabajos en su ciudad.
Sucediendo algo increíble, todos los que veían sus obras reconocieron, el talento que poseía la pequeña, quedando impresionados, por el dominio de su paleta de colores, ya que nunca había recibido clases de pintura, Juanita jamás olvidaría aquel primer reconocimiento.
Cuando terminó la escuela, se graduó en la Universidad, en la que luego trabajaría como profesora de Bellas Artes, transmitiendo su amor por los colores a sus alumnos y alumnas, siguió pintando con una técnica impecable, pero sin perder su esencia primitiva, que estaba influenciada por el espíritu de Frida Kahlo, que era la fuente de donde había bebido.
BukarteZ 2022