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viernes, 15 de noviembre de 2024

Gran Amistad en la Sabana - BukarteZ


En el corazón del continente africano, donde el sol brillaba como una joya y las nubes danzaban en un cielo azul intenso, al son del sonido de los lejanos tambores, vivían dos jóvenes e inseparables amigos.

Tambo, era un elefante que ya apuntaba maneras a ser un ejemplar fuerte, y Zuri, una cebra alegre y llena de energía, ambos vivían en la Sabana, que era un lugar asombroso lleno de grandes acacias que parecían tocar el cielo con sus ramas alargadas, donde bajo su sombra dormitaban y descansaban los majestuosos leones, con sus enormes melenas, bajo los rayos cálidos del sol.

Zuri a la sombra de su amigo Tambo, se sentía protegida y los dos campaban a sus anchas, disfrutando del ese espectáculo para los sentidos; los campos dorados se extendían hasta donde alcanzaba la vista, salpicados por grupos de árboles. En esta tierra habitaban animales de diferentes especies, como las jirafas que estiraban su cuello para alcanzar las hojas más frescas, y diferentes tipos de aves coloridas que cantaban alegres melodías animando el lugar,

Tambo era enorme y tenía una piel gruesa grisácea con arrugas profundas que algún día estarían llenas de historias. Sus orejas eran tan grandes como paraguas abiertos y podía moverlas lentamente para escuchar todos los sonidos del entorno. Era conocido entre todos por su bondad; siempre ayudaba a otros animales en apuros.

Por otro lado, Zuri era esbelta y rápida; su pelaje blanco brillante con rayas negras llamativas hacían eco entre los colores brillantes de su hogar. Tenía una risa contagiosa que iluminaba incluso los días más nublados.

Un día caluroso mientras disfrutaban cerca del agua fresca del río, Tambo propuso a Zuri, hacer algo diferente y especial, la cebra miró curiosamente a su enorme amigo, entusiasmada con la idea.



Teníamos que ir a explorar la parte desconocida de la Sabana, levantando suavemente su trompa hacia el horizonte lleno de misterios.

Intrigada la cebra por la idea aventurera de Tambo, Zuri empezó a saltar felizmente alrededor de Tambo, antes de salir corriendo velozmente hacia adelante, tanto corrió que el elefante tuvo que decirle que le esperara.

Tras atravesar verdes praderas florecidas llenas de hermosas margaritas salvajes se encontraron frente a una colina dorada cubierta no sólo por hierba alta sino también por muchas rocas pulidas capaces producir melodiosos ecos cuando, comenzaron a escalar la colina dorada, disfrutando del panorama que se abría ante ellos, mientras llegaban a la cima, arriba sintieron una brisa fresca que les acariciaba los rostros, pero al mirar hacia el valle, notaron algo inusual, había un pequeño grupo de animales estaba reunido en agitación, sentados sobre sus patas traseras mirando con gran atención a los visitantes, eran un grupo de curiosos suricatos, esos animalillos de repente salieron corriendo y se desparecieron como por arte de magia.

Siguieron su camino y llegaron cerca de otro grupo, este se trataba de animales más grandes, descubriendo eran antílopes y como a estos ya los conocían prosiguieron su camino, pero de repente oyeron unos lamentos y era que un pequeño antílope que había caído en una trampa que los humanos habían hecho de ramas y cuerdas muy disimuladas entre la hierba alta, los dos amigos sin pensarlo dos veces, se pusieron manos a la obra para salvar a pobre animalito.

Tambo empezó a pensar como si su mente fuera una lavadora, con el fin de buscar la mejor solución, usando su gran tamaño y fuerza, podía romper las ramas, y con la trompa limpiar todo, para poder sacar al pequeño, Zuri que no sabía que hacer para ayudar, comenzó a hablar para tranquilizar al antílope mientras Tambo usaba su trompa para desatar las cuerdas salvajemente.

Finalmente consiguió liberarlo después de unos minutos tensos pero emocionantes. Cuando el antílope salió brincando libremente, les agradeció mucho su ayuda, y los llevo para conocer a su rebaño, allí la mamá del pequeño le dio muchos lametones, que son como se dan los besitos estos animales y otros.

Después se despidieron y siguieron su paseo, el pequeño antílope miró con sus ojos brillantes como azabaches, llenos de gratitud, y les dijo que su nombre era Kudú y que aunque nunca jamás los volviese a ver, les estaría eternamente agradecido.

Tras esta increíble aventura, compartieron risas y juegos bajo ese especial atardecer, estaban orgullosos de su heroicidad, que recordarían para el resto de sus vidas, al caer la noche y antes de volver a su pradera, bajo un cielo estrellado decidieron que cuando fueran mayores y más fuertes participarían en rescates, de todos aquellos animales que lo necesitaran.

BukarteZ 1999