Había una vez en la sabana africana, una encantadora jirafa llamada Twiga, así se dice jirafa en swahili, estos majestuosos animales son conocidos por su elegante cuello largo y sus manchas que parecen un hermoso mosaico.
Además de ser fascinantes por su apariencia, las jirafas tienen comportamientos muy interesantes, son mudas, no tienen cuerdas vocales, a diferencia de otros animales, ellas se pasaban el tiempo comiendo hojas y corriendo por el campo, Twiga tenía un sueño muy especial; quería ser bailarina de ballet. Pasaba horas viendo a las aves danzar entre los árboles e imaginaba cómo sería moverse elegantemente como ellas, por lo que admiraba a las garzas y los rosados flamencos.
Un día decidió inscribirse en una escuela de baile dirigida por un viejo león llamado Don Leandro, con mucha emoción, fue a su primera clase. Al entrar en ella, notó que todos eran más pequeños y ágiles que ella. Pero eso no la detuvo; estaba decidida a aprender, su madre con hojas de árbol, le hizo una preciosa falda que le colocó, y ella se sentía la jirafa más guapa del mundo, y feliz porque sería bailarina de ballet.
Cuando llegó a la escuela de baile, era una hermosa sala al aire libre, rodeada de majestuosos árboles cuyas hojas susurran suavemente con la brisa, el suelo estaba cubierto de hierba suave y fresca, ideal para practicar pasos sin lastimarse. Al fondo hay un gran lago, donde los alumnas se reflejaban como si fuera un gran espejo, que reflejaba el cielo azul, enmarcado por un prado verde y con flores de colores, y mariposas y abejas revoloteando sobre ellas. Cuando el sol empezaba a ponerse, la luz dorada bañaba todo el espacio, creando un ambiente mágico perfecto para danzar en armonía con la naturaleza.
A los lados, había pequeños bancos de madera donde otros animales podían descansar y observar las clases, a su alrededor, cuelgan coloridos guirnaldas de flores, que dan vida a la escena, las paredes eran de bambú y de suaves arbustos que ofrecían privacidad a los que ensayaban, sino estaban sentados en el lugar destinado para ello, solían estar los papás que esperaban que terminaran las clases, así como familiares y amigos, se estaba muy cómodo con esa frescura natural del entorno.
La primera lección consistió en el “plié”, donde se flexionaban las rodillas mientras se mantenía una postura erguida, parecía fácil, pensó Twiga, al ver a la gacela hacerlo con tanta soltura y gracia.
Sin embargo, cuando le llegó su turno para intentarlo, sus largas patas se liaron y con su cuello tan largo, no hubo manera de mantener el equilibrio, cayendo de bruces al suelo, quedando tirada y espatarrada, los demás animales rieron suavemente pero amablemente le ofrecieron su ayuda para que se levantara, a ella por si sola, le costaba mucho ponerse en pie, al ser tan alta y desgarbada, pero entre todos lo lograron.
Después llegó el momento del “arabesque”, donde todos debían equilibrar una pata detrás mientras mantenían lo brazos extendidos hacia arriba, saliendo la primera una rosada flamenco, que ya de por sí es una postura habitual de su especie, pensando Twiga, eso yo lo bordo.
Cuando fue su turno, se levantó de su sitio y a toda prisa queso hacerlo a la perfección, pero entre las prisas y la torpeza, por segunda vez, perdió el equilibrio y nuevamente, acabó tropezando y cayendo al piso, menos mal, que cayó sobre unas suaves hojas decorativas del salón que consiguieron amortiguar su caída, lo pasó muy mal, ni si quiera pudieron ponerla en pie, hasta que se le pasaron los nervios y entre todos lo consiguieron.
Aún así, ninguna caída desanimaba a nuestra amiga jirafa; volvió cada semana dispuesta a mejorar y corrió como la pólvora su fama y pasión por el baile, tanto fue así, que llegaron animados por el baile, animales de todas las especies, para aprenderé a bailar, si una jirafa ponía tanto empeño, sería que bailar era muy divertido.
Su perseverancia, contagió y la pasión por el por el baile, llegó hasta los rincones más lejanos de la sabana, y cada vez, habías más interés, cuando llegaron los felinos, dijeron que estaban más interesados en músicas con otros ritmos, y Don Leandro amplió la oferta de clases, dando zumba, salsa, merengue y ritmos tropicales
La escuela se hizo famosa, y como había más clases, que puro ballet, se animaron los divertidos monos, que además de ágiles, eran capaces de hacer cabriolas imposibles, y todos estaban felices, gracias a nuestra desgarbada amiga Twiga.
Con perseverancia comenzó a notar pequeños y ajustados resultados, pero mejorando la precisión, consiguiendo dejar atrás el miedo a enfrentarse a situaciones incomodas, y cavilaciones perturbadoras, porque se dio cuenta que con esfuerzo todo se puede conseguir, nunca fue una gran bailarina, pero ya no se caía y era capaz de hacer giros, que jamás hubiese pensado, y lo más importante, es que con su actitud y ejemplo, otros se animaron a nuevos retos.