EL HADA IVORY Y SU ACEBO - BukarteZ
Había una vez, En un rincón escondido del bosque, donde la brisa cantaba con voz suave y los rayos del sol jugaban a pintar manchas de luz en el suelo, se alzaba un acebo muy especial.
Sus ramas siempre estaban verdes, sus hojas parecían coronas con puntas brillantes, y entre ellas vivía un hada diminuta llamada Ivory.
tenía una pequeña casa que en algún tiempo había sido una linterna, era cuadrada con cristales de colores, donde alguna vez hubo una vela que iluminaba el camino y ya estaba olvidada.
Ivory tenía alas transparentes que relucían con tonos azulados y dorados cada vez que batía en el aire. Sus ojos reflejaban la calma del bosque, y su risa sonaba como campanillas de cristal.
Sin embargo, lo más asombroso no era su belleza, sino el milagro que ocurría en los alrededores de su hogar: las semillas del acebo cambiaban de color con el paso de las estaciones.
en otoño comenzaban los cambio. ¡ya empiezó la transformación! —susurraba cada mañana para sus adentros, mientras acariciaba con sus pequeñas y delicadas manos las ramas.
Primero, las semillas eran verdes, tan frescas como gotas de rocío escondidas en las hojas.
Después, poco a poco, se volvían doradas, brillando como el sol atrapado en un pequeño círculo.
Y finalmente, cuando llegaba el invierno, se teñían de un rojo intenso, encendiéndose como farolitos en la penumbra del bosque.
Ivory adoraba aquel ciclo de colores y lo celebraba con un ritual muy especial: fabricar su propia ropa con regalos del acebo.
Con las hojas recortaba faldas puntiagudas; con hilos de telaraña cosía costuras invisibles; y con las semillas más brillantes hacía botones que resplandecían como joyas.
Así, en primavera vestía de verde, en verano de dorado, y en invierno de rojo encendido.
—El bosque me viste y yo lo cuido —decía con orgullo, girando en el aire para que su vestido chispeara con la luz.
Un día, el viento del norte sopló con tanta fuerza que las ramas del acebo crujieron y varias semillas rojas cayeron al suelo, rodando como pequeñas chispas de fuego.
Ivory bajó rápidamente, preocupada:
—¡Oh no! ¿Y si mi querido acebo pierde su magia?
Pero al acercarse descubrió algo maravilloso. Allí donde caía una semilla, brotaba un retoño nuevo de acebo, con hojitas tiernas que parecían sonreír al cielo.
—¡Es un regalo escondido! —exclamó el hada, dando palmaditas de alegría—. ¡Las semillas no desaparecen, se convierten en vida!
Desde ese día, Ivory se convirtió en la guardiana de las semillas. Cada vez que el viento las soltaba, ella las recogía con cuidado y las sembraba en rincones ocultos del bosque.
Les cantaba canciones suaves, las acariciaba con polvo de hada y esperaba pacientemente a que se convirtieran en nuevos arbolitos.
Así, gracias a la dedicación de Ivory, el bosque nunca dejó de brillar en tonos verdes, dorados y rojos. Quien caminaba por allí podía sentir un aire distinto: una mezcla de magia, ternura y esperanza.
Dicen que, si algún viajero tiene la suerte de detenerse junto a un acebo en pleno invierno, puede escuchar una risa suave como campanillas entre las hojas, y si por casualidad prestase atención, podría descubrir un destello plateado entre las ramas: es Ivory, el hada del Acebo, cuidando de su bosque encantado, pero jamás vería su casita lámpara, pues con su magia la hacía desaparecer.
BukarteZ - Septiembre 2025









